No dejo de comprobar, cada vez que tengo la suerte de subirme a un escenario, que es allí donde realmente se aprende de qué va todo esto, que la experiencia es un más que un grado (y qué importa los que tengas) y que ningún profesor de canto, de movimiento o de armonía, ningún libro o partitura, ningún compositor, director o repertorista te puede enseñar verdaderamente lo que el abismo frente al proscenio te cuenta cada noche. Y es que tras tres tremendas y diferentes premières, considero que he disfrutado, sufrido y aprendido a partes iguales, y con este post quiero compartir contigo algunas de las experiencias que me llevo tras este dulce mes de Noviembre.
Tengo que admitir que no conocía en profundidad la ópera Carmen de Bizet y que siempre me ha parecido una partitura llena de estereotipos y banalidad (tanto en el libreto como en la música). En mis años como flautista estudié la Fantasie brillante sur Carmen de F. Borne además de tocar en orquestas y bandas los temas más populares y haber cantado el Votre toast en varios conciertos (y en la audición para el rol de El Dancairo!), así que estaba familiarizado con la música, pero no con el resto de roles e historias secundarias. Hacer la ópera en versión concierto te permite (ya que tienes que estar en el escenario durante toda la función) escuchar detenidamente a los compañeros y disfrutar de los momentos menos conocidos. Todo un descubrimiento ha sido el quinteto Dancairo-Remendado-Frasquita-Mercedes-Carmen y los fragmentos que desconocía de Escamillo, Don José y Micaela. Hubo quién me preguntó el porqué de haber cantado El Dancairo en lugar del toreador granaíno y, aunque es cierto que siempre he defendido bien el aria y que en esta versión concierto no hubiese estado mal, no creo que Escamillo sea un rol que pueda debutar ahora mismo en un gran teatro y sinceramente creo que estas oportunidades son para montar papeles «realistas» con mi tipo de voz actual y que pueda defender mañana mismo en cualquier teatro del mundo.
La producción de L´elisir d´amore que estrenamos en Badajoz el pasado 28 de Noviembre ha sido, en todos los sentidos, una masterclass constante en la que he tenido la suerte de participar. Sin obviar el provechoso encuentro con mi profe David Menéndez (gracias siempre!!), vocalmente no solo he aprendido de compañeros maravillosos que están triunfando por grandes teatros de España y Europa, si no a enfrentarme a una enorme presión por parte del calendario (7 días para montar TODO), a un método de trabajo diferente al habitual (3 días en el teatro incluido el estreno!), poco descanso y una dirección musical cuyos tempos y volúmenes nos han forzado a estar más pendientes de sobrevivir que de hacer buena música. Claro que jugar en casa ha sido un factor positivo y tener tan cerca a tantos amigos y familiares, trabajar de nuevo junto a mi querido Coro de Cámara de Extremadura, conocer a tanta buena gente y mejores profesionales, y el haber debutado un rol tan importante como Belcore, ha inclinado finalmente la balanza hacia lo positivo, y gracias a todo ello me quedo con el mejor sabor de boca posible, sabor a casa, a buenos amigos y a jamoncito del bueno.

Otra de las lecciones que me llevo después de estos días kilométricos y de tantos kilómetros diarios es que el descanso es ORO. Terminé de cantar Belcore en Badajoz el jueves 28 a eso de las 23h y en menos de 48h tuve mi debut en el imponente Concertgebouw de Brujas con una obra que también debutaba, el Requiem Alemán de Brahms, cuyo resultado, desde mi auto-crítico punto de vista, dejó bastante que desear. Es cierto que físicamente estaba agotado, que hacía mucho calor en la sala, que la obra requiere unos 20 minutos de estar sentado y quieto delante del público mirando la partitura antes de levantarte a cantar una de las frases más bonitas y difíciles del repertorio de oratorio: Herr, lehre doch mich, daß ein Ende mit mir haben muß y que si la voz no responde al 200% puedes realmente desear que el Herr te enseñe donde está el final de todo… No hay excusas y a pesar de no salir satisfecho, sabía que era puro cansancio y que al día siguiente todo iría mejor. El concierto del día 1 de diciembre en Roeselare lo recordaré como una de las mejores experiencias encima de un escenario, no solo por poder redimirme de las malas sensaciones del día anterior, sino por haber disfrutado del canto como nunca, con una calma y una elevación sensorial que pocas veces se encuentran fuera del día más inspirado de estudio. Con el tiempo aprendes a no caer en la desesperación y en el miedo a volver a no hacerlo tan bien como siempre, y las ordenes que das a tu cerebro son claras: No pasa nada. Mañana irá mejor. Sabes hacerlo. Vas a disfrutar. Y tanto que disfruté.
Noviembre ha dejado un poso que debe seguir fermentando en mi cultivo diario de reflexiones artístico-vitales, pero admito que he aprendido muchísimo con cada uno de los proyectos, que he compartido escenarios con gente maravillosa y que estoy deseando volver a subirme a las mágicas e impredecibles tablas, a tomar más de estas lecciones que me ayuden a seguir creciendo como persona y como artista.
¡Nos vemos en las tablas!